A mi manera de ver todos poseemos una especie de
baúl personal. Allí vamos guardando cada experiencia vivida y lamentablemente
le asignamos una etiqueta dependiendo de lo “bien” o “mal” que nos fue. Con
cada situación nueva que aparece nos remitimos al dichoso baúl y buscamos
alguna que se le asocie. Si encontramos el componente “miedo” nos detenemos y
ya no actuamos. El miedo nos cohíbe de tomar decisiones, asumir retos,
arriesgarnos, porque estimamos que nos puede ir igual que antes y preferimos
seguir por la vida esquivando.
El miedo, la emoción más tóxica, es el ingrediente
primario para manifestar lo que se teme. No es sino que nos angustiemos y
centremos nuestra mente en algo que no queremos que ocurra, para que suceda.
Obviamente, los pensamientos por sí solos no tienen fuerza. Necesitan de
sensaciones y emociones para que se manifiesten. Es decir, pensamientos
negativos combinados con miedo son la mezcla perfecta para crear la receta del
anti-éxito.
Algunos miedos son infundados, otros aprendidos.
También existen los que llevamos grabados en nuestro inconsciente y que
heredamos genéticamente a través del ADN. Este tipo de miedo ancestral es
transmitido de generación en generación y está en cada uno de nosotros romper
con el esquema, para eliminarlos de nosotros mismos y de nuestros
descendientes.
Un joven me dijo en una ocasión: “el miedo es
chévere; la adrenalina que se produce es agradable”; puede ser. De hecho hay
quienes sacan enorme fuerza en momentos de conmoción. Sin embargo, la mayoría
nos paralizamos. Muchos llevamos el miedo al área del plexo solar,
desencadenando todo tipo de malestares digestivos: problemas de colon,
estreñimiento, diarrea, etc. Yo, por ejemplo, fui una niña muy asustadiza, con
muchos miedos pequeños y grandes (algunos absurdos), que no elaboré en su
momento. De adulta seguí cargándolos, hasta que me llevaron a una crisis de
salud y fue ahí cuando reaccioné.
Hay cuatro posibles opciones ante el miedo: lo
evito, huyo, lo enfrento sin conciencia o lo abordo trabajándolo para obtener
la libertad emocional que busco. Claro, hay situaciones de miedo extremas, en
donde se corre peligro de muerte. Por ejemplo, si mi vida está en riesgo porque
me persigue un animal rabioso pues lo más sensato sería correr. Sin embargo,
muchas veces el universo nos plantea circunstancias, en los momentos menos
esperados, para sanar. Eventos, personas que se cruzan por nuestra vida para
enseñarnos una lección, brindándonos la posibilidad de darnos cuenta que este
tema es algo a lo que definitivamente debemos darle nuestra atención.
Me enteré hace poco de una mujer quien nunca se
atrevía a usar las escaleras eléctricas, a la que por “casualidad” le tocó
ayudar a una persona enferma y la única manera era utilizando estas escaleras.
Con miedo, pero con determinación ayudó al incapacitado y de paso a ella misma.
Me contaba que sentía que ese ser había sido enviado por Dios para mostrarle
que sí podía hacerlo. Todos tenemos la capacidad de abordar y superar nuestros
miedos, de responder diferente a las mismas situaciones de siempre que nos
sacan de nuestro centro. Nuestro propósito debe ser transmutar el miedo por el
Amor.
Existen otras innumerables clases de miedo: miedo
al fracaso, miedo a la pérdida, miedo a la muerte, miedo a la soledad, miedo a
la enfermedad, miedo a la desaprobación, miedo al conflicto, entre otros. Cada
uno de ellos puede ser trabajado partiendo de premisas que nos recuerdan
nuestro origen divino y nuestro potencial espiritual ilimitado.
Somos seres poderosos, hijos amados de Dios,
cocreadores como nuestro Padre. En palabras sencillas, los miedos que se
asocian con el tema de la abundancia y la escasez, miedo a tener y no tener, a
perder, se pueden elaborar recordando que somos seres abundantes por
naturaleza, que Dios es nuestra fuente inagotable de provisión y que todo lo
que necesitamos para ser felices ya se nos ha sido dado.
El miedo a la soledad, entendiendo que ya somos
seres completos, que nuestra felicidad depende de nosotros mismos y que no
podemos esperar que alguien nos la proporcione.
El miedo a la desaprobación comprendiendo que no
podemos vivir la vida prestada, lo que significa vivir la vida de otros, los
sueños o los infortunios que no son nuestros. No podemos ceder nuestro poder a
los demás permitiéndoles que nos digan qué, cómo y cuándo hacer.
El miedo al fallo, a ser juzgado; discerniendo que
siempre hacemos lo mejor que podemos, con los recursos que tenemos. Nadie se
equivoca por gusto. No hay que dejarnos afectar por comentarios como:
“cuidado”, “tú no eres capaz, nunca lo has sido; no lo lograste antes, menos
ahora”
El ego es un experto para maquinar miedos que no
tienen razón de ser. Esa es su naturaleza, de eso de nutre, de nuestra angustia
y desasosiego. Pero si te decides a vibrar y vivir desde el amor, el ego
perderá su rol porque el amor y el miedo no tienen cabida en el mismo espacio.
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